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La Federación de Asociaciones de Trabajadores de la Sanidad Argentina (FATSA) cerró un acuerdo paritario con la Asociación de Distribuidores de Especialidades Medicinales (ADEM) que establece un incremento salarial del 8,6% para los empleados de droguerías. El ajuste se aplica sobre los sueldos de abril y eleva los básicos mensuales por encima del millón de pesos.

El acuerdo alcanzado entre FATSA y ADEM establece un incremento salarial del 8,6% para los trabajadores de droguerías nucleadas en la asociación.

Los nuevos salarios básicos quedan de la siguiente manera:

  • Profesionales: $1.649.372
  • Primera categoría: $1.374.445
  • Segunda categoría: $1.281.425
  • Tercera categoría: $1.196.351
  • Cadetes: $1.123.852

Además del incremento en los sueldos básicos, el acuerdo también contempla la actualización de los adicionales del convenio, incluyendo pagos no remunerativos y asignaciones extraordinarias. Entre ellos se encuentran:

  • Asignación post vacacional: $154.104 (único pago desde el 1/04/2025)
  • Adicional por cobranza: $126.319
  • Sala Maternal: $262.552 (no remunerativo)
  • Día del Trabajador de la Sanidad (21 de septiembre): $70.304 (asignación única y excepcional)

El acuerdo alcanzado entre FATSA y ADEM es importante para proteger el poder adquisitivo de los trabajadores de droguerías frente a la inflación. La actualización de los salarios básicos y los adicionales del convenio busca mantener la capacidad de compra de los trabajadores y garantizar una mejor calidad de vida.

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Papa León XIV y el renacer de la Doctrina Social

La elección del cardenal Robert Prevost como Sumo Pontífice bajo el nombre de León XIV resuena con fuerza en un mundo laboral atravesado por la precariedad, la automatización y la desigualdad estructural. Con un guiño histórico a León XIII y su célebre Rerum Novarum, el nuevo Papa parece proclamar un programa ético que busca reconciliar el trabajo humano con los valores de justicia, dignidad y equidad en pleno siglo XXI.

La irrupción del Papa León XIV en la escena vaticana sacudió con delicada contundencia el tablero eclesiástico y político global. Su sola elección nominal —carga simbólica mediante— invoca sin disimulo a León XIII, el pontífice que en 1891 sacudió los cimientos del orden social con la encíclica Rerum Novarum, verdadero parteaguas en la historia del pensamiento católico. En ella, por primera vez, la Iglesia se pronunció con firmeza a favor del derecho de los trabajadores frente al poder avasallante del capital industrial. Más de un siglo después, en tiempos no menos convulsos, el nombre de León vuelve a la Cátedra de Pedro, sugiriendo un renovado compromiso con quienes siguen siendo los más vulnerables en el engranaje económico.

Lejos de tratarse de una anécdota litúrgica, el gesto encierra una declaración de principios. El mundo laboral contemporáneo no enfrenta ya chimeneas humeantes ni fábricas sobrepobladas, sino algoritmos opacos, plataformas digitales sin rostro, y un trabajador diluido entre contratos efímeros y demandas incesantes. El nuevo escenario, aunque distinto en sus formas, reproduce antiguas lógicas de subordinación. Ante esta realidad, la figura de León XIV se presenta como la posible catalizadora de una renovación ética del trabajo, anclada en la tradición pero atenta a las urgencias del presente.

El eco de Rerum Novarum se hace sentir con más actualidad que nostalgia. En 1891, León XIII hablaba de «la sagrada inviolabilidad del salario justo», del «derecho de asociación de los obreros» y de la «necesidad de armonizar los intereses del capital con los del trabajo». Hoy, esos principios requieren ser revisitados y recontextualizados frente a una economía que tiende a excluir, tercerizar y fragmentar. León XIV tiene la oportunidad, y quizá la responsabilidad, de traducir aquellos postulados fundacionales en nuevos marcos conceptuales que reconozcan la dignidad humana incluso en un entorno laboral desmaterializado.

En este sentido, su elección puede interpretarse como una continuidad y una profundización del camino trazado por Francisco I, quien no escatimó críticas al capitalismo salvaje ni al descarte social. León XIV, heredero espiritual de ambos pontificados —el del siglo XIX y el del XXI—, se enfrenta al desafío de reformular la doctrina social sin resignar su contenido esencial: el ser humano como centro del quehacer económico.

No es menor el contexto en que se inscribe este papado. El trabajo, cada vez más precarizado por las lógicas de mercado, ha dejado de ser garantía de integración. En la era de la inteligencia artificial, el dilema ya no es solo el desempleo, sino la deshumanización de la ocupación misma. Frente a ello, la Iglesia, lejos de clausurarse en debates autorreferenciales, podría retomar su rol de voz profética, capaz de interpelar tanto a los poderes financieros como a los Estados, y de tender puentes hacia los márgenes del sistema.

De hecho, no es improbable que el pontificado de León XIV se proponga actualizar el corpus doctrinario iniciado por Rerum Novarum, tal como Juan Pablo II lo hizo en Laborem Exercens (1981) o Benedicto XVI en Caritas in Veritate (2009). Sin embargo, más allá de las encíclicas por venir, el tono ya ha sido marcado: se trata de volver a poner en primer plano una concepción del trabajo no como mercancía, sino como realización de la persona y fundamento de justicia.

La elección de León XIV no constituye un mero ejercicio de continuidad simbólica, sino una invitación a repensar las bases morales de nuestra vida productiva. En una era que tiende a diluir al sujeto detrás de pantallas, estadísticas y métricas de eficiencia, su nombre sugiere un regreso al centro: al ser humano como sujeto de derechos, como trabajador, como constructor de comunidad.

Como ocurriera a fines del siglo XIX, el mundo se asoma hoy a una encrucijada civilizatoria. Si León XIII supo interpretar las angustias de la era industrial con un mensaje cargado de coraje pastoral, León XIV se enfrenta ahora a la tarea de ofrecer una brújula espiritual y política en medio de la automatización, el individualismo y el vaciamiento del lazo social. Que su palabra se convierta en acción, y que su pontificado no sea solo memoria, sino también impulso, dependerá tanto de su audacia como del eco que encuentre en creyentes y no creyentes. La historia, como el Evangelio, también espera ser reescrita.

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Trabajadores del Correo Argentino recibirán un aumento salarial y un bono extraordinario

Los sindicatos del sector y las autoridades de Correo Argentino llegaron a un acuerdo salarial que contempla aumentos mensuales acumulativos y un bono extraordinario por tareas electorales. Además, se creó una mesa de diálogo para elaborar un proyecto de pago por productividad que beneficiará a todos los trabajadores.

En un esfuerzo por mejorar las condiciones laborales y salariales de los empleados del Correo Argentino, los gremios FOECYT, AJEPROC, y AATRAC, junto con las autoridades de la empresa estatal, llegaron a un acuerdo que establece un cronograma de aumentos mensuales acumulativos entre enero y mayo. El incremento salarial total será cercano al 7%, además de un bono extraordinario de $45.000 por tareas electorales.

El acuerdo salarial contempla los siguientes aumentos:

  • 1,5% en enero
  • 1,2% en febrero
  • 1,3% en marzo
  • 1,3% en abril
  • 1,3% en mayo

Además, se pagará un bono de $45.000 en concepto de gratificación por tareas electorales, que se abonará en dos cuotas: $30.000 en mayo y $15.000 en junio.

Otro punto destacado del acuerdo es la creación de una mesa de diálogo entre los gremios y las autoridades de Correo Argentino para elaborar un proyecto de pago por productividad que beneficiará a todos los trabajadores de la empresa. Dicho plus se implementaría a partir de junio próximo y tiene como objetivo mejorar los ingresos de los trabajadores.

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Conflicto en pausa: la calma tensa entre el Gobierno y la UTA tras el paro de colectivos

Aunque se desactivó la huelga, la disputa entre los choferes y el Ejecutivo nacional permanece sin resolución. Las bases sindicales exigen medidas urgentes, mientras el Gobierno apuesta a dilatar la negociación con promesas de subsidios futuros. La incertidumbre domina un escenario en el que el diálogo parece más una estrategia de contención que una vía hacia el consenso.

La tregua alcanzada tras el paro de colectivos de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) no es más que una suspensión momentánea en una contienda cuya solución parece cada vez más lejana. Mientras los colectivos vuelven a circular, el conflicto entre los trabajadores del transporte y el Gobierno de Javier Milei persiste latente, alimentado por promesas postergadas, demandas insatisfechas y una creciente impaciencia entre las bases sindicales.

El lunes, las últimas horas previas a la huelga fueron un torbellino de gestiones a contrarreloj: la Secretaría de Transporte, la cúpula de la UTA y las cámaras empresariales mantuvieron reuniones sin avances concretos. El martes, mientras se desarrollaba el paro en el Área Metropolitana de Buenos Aires y varias ciudades del interior, sectores disidentes del sindicato se manifestaban con cortes espontáneos, evidenciando una fractura interna cada vez más notoria.

Desde el oficialismo, la postura fue clara: no habrá revisión de subsidios ni incremento tarifario antes de junio. El mensaje dirigido a las empresas fue tajante: deben hacerse responsables de los compromisos asumidos en paritarias. Esta afirmación, sin embargo, carece de sustento económico para las prestatarias, que operan con márgenes estrechos y estructuras tarifarias evidentemente rezagadas respecto a la inflación acumulada.

Mientras tanto, la conducción de la UTA, encabezada por Roberto Fernández, opta por una estrategia de mesura. Si bien parte de la base exige profundizar las medidas de fuerza, la dirigencia prefiere postergar cualquier nueva acción directa, confiando en la posibilidad de que la designación de Luis Pierrini como nuevo secretario de Transporte pueda abrir una instancia más favorable de diálogo y negociación.

El Gobierno, por su parte, se recuesta en esta actitud contemplativa de la UTA como un recurso táctico para dilatar la solución del conflicto. La promesa de una futura actualización de subsidios funciona como una aspirina presupuestaria: alivia momentáneamente la presión sin resolver la enfermedad estructural que arrastra el sistema de transporte público.

No escapa al análisis que cualquier incremento tarifario en el corto plazo tendría un efecto directo sobre los indicadores del IPC que el oficialismo busca contener. Por eso, todo indica que el ajuste previsto en junio se canalizará mediante subsidios, con el fin de evitar un impacto inflacionario indeseado, en un contexto económico extremadamente sensible.

El margen de maniobra es estrecho para todos los actores: los trabajadores reclaman una recomposición que preserve el poder adquisitivo frente a un proceso inflacionario erosivo; las empresas denuncian insolvencia y riesgo operativo; y el Ejecutivo intenta mantener su política de ajuste sin desgastar aún más su frágil legitimidad social.

El conflicto entre la UTA y el Gobierno nacional se encuentra hoy en una suerte de compás de espera, más forzado que consensuado. El paro quedó atrás, pero el desencuentro persiste, encapsulado en promesas aplazadas, liderazgos desgastados y una estrategia oficialista que privilegia la dilación por sobre la solución. La calma aparente que reina hoy en el sistema de transporte público de pasajeros no es sinónimo de estabilidad, sino la antesala de una nueva fase del conflicto que, de no ser abordado con decisión y realismo, amenaza con estallar nuevamente, esta vez con mayor virulencia y menor margen de contención.

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