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Deuda récord y salarios en caída: las alarmas encendidas en los hogares argentinos

La crisis de ingresos que atraviesan los hogares argentinos encontró en el endeudamiento un síntoma elocuente y preocupante. Según datos oficiales y relevamientos sectoriales, la morosidad en el pago de créditos personales volvió a encender todas las alarmas y alcanzó en octubre de 2025 el 7,8% del total de préstamos al sistema bancario, el nivel más alto de los últimos veinte años.

El salto es tan abrupto como revelador: en apenas doce meses, el incumplimiento se triplicó, desde el 2,5% registrado en octubre de 2024. La cifra supera incluso los picos observados durante la pandemia, el cierre de la gestión macrista y la crisis financiera internacional de 2008–2009. El dato refleja, con crudeza, el impacto combinado de salarios rezagados, pérdida del poder adquisitivo y un consumo en caída libre.

El panorama se agrava aún más fuera del sistema bancario tradicional. En el universo del crédito no bancario —fintech, billeteras virtuales, financieras y cadenas comerciales— la mora trepa a niveles críticos. De acuerdo con el Banco Central, la irregularidad alcanzó el 20% en octubre, casi el triple que un año atrás, mientras que en el segmento fintech supera el 18% de las carteras.

Se trata de préstamos de acceso rápido, con escasos requisitos y una fuerte penetración en los sectores más vulnerables, pero con costos financieros totales que pueden rondar el 500% anual. Una combinación explosiva para familias que recurren a este tipo de financiamiento no para invertir o consumir bienes durables, sino para cubrir necesidades básicas: alimentos, servicios, alquileres o transporte.

Lejos de ser un fenómeno marginal, el crédito no bancario se consolidó como una pieza central de la economía cotidiana. En 2025, este tipo de financiamiento alcanzó niveles récord cercanos a los 12,2 billones de pesos, equivalentes al 1,3% del PBI, e involucra a más de 11 millones de deudores. Sumados los créditos bancarios y no bancarios, la deuda total de las familias representa hoy el 137% de sus ingresos promedio, cuando apenas un año atrás rondaba el 100%. Entre trabajadores informales y cuentapropistas, el ratio asciende al 143%, una señal clara de fragilidad estructural.

Los jóvenes constituyen uno de los grupos más afectados por esta dinámica. El acceso casi universal a billeteras virtuales y plataformas digitales duplicó en un año la cantidad de jóvenes endeudados, que pasó de 287.000 a 620.000. Sin embargo, el dato más alarmante es que más del 41% de ellos se encuentra en situación de mora, catorce puntos porcentuales más que en 2024.

En muchos casos, los montos adeudados son relativamente bajos —inferiores a medio salario mínimo—, pero el multiendeudamiento y las tasas usurarias convierten esas obligaciones en una trampa sin salida. La brecha entre el sistema bancario tradicional y el crédito alternativo también expone una lógica regresiva: mientras en los bancos la mora se mantiene en torno al 4,4%, gracias a tasas más bajas y mecanismos automáticos de cobro, en el circuito no bancario el atraso se dispara.

En los despachos oficiales reconocen que las familias priorizan pagarle a los bancos para no perder acceso al crédito más barato, relegando las deudas con fintech y comercios. El resultado es un crecimiento acelerado de créditos incobrables y de alto riesgo en los segmentos más desprotegidos del mercado financiero.

El endeudamiento dejó de ser un recurso excepcional para transformarse en una condición estructural de la vida cotidiana de millones de trabajadores y trabajadoras bajo el gobierno de Javier Milei. Con salarios que no alcanzan, tasas que asfixian y un mercado laboral cada vez más precarizado, el crédito funciona como un parche permanente hasta que deja de funcionar.

Los datos son contundentes: sin una recuperación real de los ingresos, una regulación estricta del crédito no bancario y políticas activas de empleo, la crisis de la deuda familiar no solo persistirá, sino que seguirá profundizando una fractura social cuyos costos serán cada vez más difíciles de revertir.

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