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Otra vez sin ellas: la CGT y la deuda de género que no se salda

Por Ana Flores Sorroche

Entre negociaciones cerradas y tensiones internas, la CGT renovó su Consejo Directivo sin incluir a ninguna mujer en la conducción. Pese a los reclamos históricos del sindicalismo femenino, el triunvirato volvió a ser exclusivamente masculino. Las dirigentes acompañan, pero decidieron no prestarse a la foto.

La Confederación General del Trabajo (CGT) renovó este miércoles su conducción nacional, luego de una jornada intensa en el estadio Obras Sanitarias. Las decisiones finales, como suele ocurrir, se tomaron entre pocos.
Y una vez más, ninguna mujer fue considerada “a la altura” de integrar la cúpula sindical que conducirá el movimiento obrero argentino durante los próximos cuatro años.

Las imágenes que circularon tras el Congreso hablan por sí solas: en las primeras filas, los hombres del poder sindical; detrás, las dirigentes que acompañan orgánicamente, aunque esta vez muchas optaron por no posar para la foto.

Qué lejos quedaron los años del “Produzcan sin nosotras”, los reclamos por un feminismo que le hablara a las mujeres trabajadoras, o la lucha por el reconocimiento previsional del trabajo de cuidado en las jubilaciones. El tiempo pasó, las consignas mutaron, pero la estructura sindical sigue mostrando los mismos límites.

La decisión de mantener un triunvirato masculino —integrado por Jorge Sola, Cristian Jerónimo y Mario Argüello— fue resultado de negociaciones en la cúpula cegetista, donde las mujeres apenas fueron tema de conversación, pero nunca prioridad.
Hasta días antes del Congreso, el nombre de Maia Volcovinsky, secretaria general adjunta de la Unión de Empleados de la Justicia de la Nación (UEJN), sonaba con fuerza. Contaba con el aval de varios sindicatos de peso, pero finalmente no fue incluida.

Fuera de la foto, pero no del reclamo, un grupo de mujeres sindicalistas volvió a cantar el ya clásico: “No vinimos por la foto, no servimos el café, queremos las compañeras conducir la CGT.”

La consigna no es nueva, pero sigue vigente.

A fines de octubre, previendo un desenlace adverso, el sector de Volcovinsky había organizado un encuentro con figuras de peso como Héctor Daer y Andrés Rodríguez, bajo el lema: “No es una concesión ni un símbolo vacío, sino un reconocimiento político.”
Tampoco alcanzó.

Otra de las voces que expuso el malestar fue Graciela Aleñá, secretaria general del Sindicato de Trabajadores de Vialidad Nacional, quien tras el Congreso expresó con dureza: “La de las mujeres es otra lucha que se tendrá que dar. Deberíamos unirnos todas las mujeres de la CGT para exigir un lugar como corresponde. Por un carguito más se olvidan. Si no nos unimos, no vamos a llegar a nada.”

Aleñá puso el acento en una disputa interna: ya no alcanza con reclamar que “den lugar”, sino construir poder para ocuparlo.

Por ahora, el reconocimiento político de las mujeres dentro de la CGT se mantiene en el mismo punto que hace cuatro años. Hay presencia activa y cierta paridad en las secretarías, pero el acceso a los espacios de conducción sigue vedado.
La historia parece repetirse: las trabajadoras sindicalizadas acompañan, impulsan y militan desde las bases, pero no llegan al centro de las decisiones.

El nuevo Consejo Directivo de la CGT vuelve a mostrar la deuda estructural del sindicalismo argentino con la paridad de género. En un contexto donde el movimiento obrero enfrenta desafíos inéditos —desde la pérdida del poder adquisitivo hasta la ofensiva sobre los derechos laborales—, la exclusión de mujeres en la conducción no es solo un dato simbólico: es una señal política.

El sindicalismo femenino mantiene su presencia, su voz y su reclamo, pero la pregunta sigue abierta:
¿cuánto más deberá esperar una compañera para conducir, en igualdad, el destino del movimiento obrero argentino?

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