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Una familia tipo necesita ganar $1.176.852 millones para no ser pobre

Según el INDEC, en septiembre una familia tipo necesitó $1.176.852 para no ser considerada pobre, mientras el ingreso promedio fue de $919.560. El Gobierno celebra la mejora del salario real, pero la brecha entre el poder adquisitivo y el costo de vida continúa ampliándose. Alquileres, alimentos y energía impulsan los precios, en un contexto de caída del consumo.
El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) informó que la canasta básica total —que determina el umbral de pobreza— alcanzó en septiembre los $1.176.852, lo que representa un incremento del 1,4 % respecto de agosto. En tanto, la canasta básica alimentaria, que define el límite de la indigencia, se ubicó en $527.736.
Aunque el organismo reportó una inflación general del 2,1 %, la desaceleración en los precios no se tradujo en un alivio perceptible para los hogares. Los aumentos del dólar, los alquileres y la energía siguen presionando el costo de vida, mientras que el ingreso promedio de la población ocupada se mantiene en $919.560, es decir, un 22 % por debajo del umbral de pobreza.
El contraste se acentúa al observar los parámetros de clase media. Según el mismo informe, un hogar debe contar con $1.997.000 mensuales para ser considerado dentro de ese estrato, una diferencia de más de $800.000 respecto de la canasta básica total. En otras palabras, gran parte de la población trabajadora se encuentra atrapada en una franja intermedia: con empleo formal, pero sin capacidad de acceder al estándar de consumo de la clase media.
La situación se agrava en los sectores más vulnerables. Los comercios reportan una caída sostenida del consumo, las changas disminuyen y las jubilaciones —que promedian menos del 40 % del costo de la canasta básica total— pierden poder de compra mes a mes.
La aparente desaceleración inflacionaria no se traduce en bienestar: el descenso de precios está más asociado a una contracción del consumo que a una estabilidad estructural. Mientras el Gobierno destaca la recuperación del salario real en el empleo formal, la mayoría de los hogares continúa sin poder cubrir los gastos básicos. El país mantiene así una paradoja persistente: una inflación más baja, pero una pobreza más alta.